Durante los últimos años, el Perú ha tenido diversos conflictos sociales originados por el desarrollo de proyectos mineros. Ante este contexto, cabe preguntarse de qué forma se puede lograr la viabilidad de los mismos sin afectar y, sobre todo, respetar a las comunidades.
Aunque el rol del relacionista comunitario surgió en el Perú hace más de tres décadas, su importancia creció sobremanera para asegurar el éxito de proyectos en rubros muy importantes como la minería. Según la Defensoría del Pueblo, entre enero y setiembre de este año se registraron 202 casos de conflictos sociales en el país y estos profesionales son los principales que pueden reducir la cifra.
Del total de conflictos registrados por la Defensoría del Pueblo, y que competen al Gobierno central, al menos 101 son socioambientales, es decir, se relacionan con empresas. La ausencia del Estado y la falta de inversión pública en las comunidades donde se realiza la actividad minera marca una brecha muy amplia de desarrollo humano y social. Por ello, la comunicación efectiva es clave para un proyecto exitoso.
La formación del relacionista comunitario es continua e implica una elección cuidadosa de las capacidades que considere necesarios para cumplir su rol en la organización.
Perú es uno de los países más atractivos de América Latina para la inversión minera, ante la incertidumbre sobre el futuro de países que cambiaron de gobierno hace poco, como México o Brasil, y de aquellos que están por hacerlo, como la Argentina. Para asegurar buenos resultados en todo proyecto se requiere contar con relacionistas comunitarios que faciliten la interacción con todos los miembros de la comunidad.
La falta de comunicación y el poco entendimiento pueden generar una actitud muy hostil de los pobladores hacia la empresa, situación que desencadenará un conflicto grave. Dos ejemplos conocidos son Conga, en Cajamarca, y Tía María, en Arequipa. En la primera se invirtieron 4 800 millones de dólares y la segunda recibió 1 400 millones de dólares. A la fecha, no se pudo retomar el desarrollo de ninguna.
El papel del relacionista es clave en cada etapa del diálogo comunitario y sus acciones deben apuntar a reforzar la confianza de los pobladores locales hacia la empresa, e identificar sus necesidades para generar un ambiente más armonioso mediante eventuales proyectos sociales. Estas iniciativas deben realizarse siempre con el debido soporte técnico y profesional.
En caso de conflictos, el relacionista debe procurar encauzarlos y reducirlos desde sus fases más tempranas. Si su trabajo empieza cuando el conflicto ya alcanzó su punto más crítico, es clave recoger las razones, proyecciones y expectativas de la comunidad para tomar las medidas correctivas más apropiadas. Su objetivo debe ser disminuir la gravedad del conflicto y articular opciones de encuentro entre los involucrados.
Es importante que el relacionista reflexione sobre las lecciones que dejaron los conflictos socioambientales anteriores y los actuales. Más allá de guiarse por las leyes, debe actuar con ética y ejercer una ciudadanía corporativa adecuada. Asimismo, debe ser proactivo para gestionar las relaciones de la comunidad, mantener abiertos los canales de comunicación y manejar un enfoque estratégico de largo plazo para tomar acciones.
Es verdad que los relacionistas con dominio de campos, como antropología, sociología, comunicaciones o afines, tienen una ventaja en la interacción social e interpersonal para establecer vínculos positivos y relaciones de confianza. Sin embargo, también requerirán el apoyo de profesionales con conocimientos técnicos de ingeniería, agronomía, economía y otros para trabajar los proyectos sociales necesarios.
La formación del relacionista comunitario no debe entenderse como una carrera, un periodo de formación o un paquete de conocimientos específicos. Por el contrario, implica una formación continua y una elección cuidadosa de las capacidades que el profesional considere necesarios para cumplir su rol en la organización. Es un estilo de vida que combina la preocupación por el bienestar colectiva de la sociedad y su visión de desarrollo del país.
Es importante que los relacionistas conozcan el marco normativo ambiental y social del país donde laboran y dispongan de herramientas para impulsar el desarrollo de las comunidades en las zonas de impacto. Además de las cualidades éticas mencionadas, estos profesionales deben respetar los principios de propiedad de sus organizaciones y ser honrados, ante todo.
El cumplimiento de estas cualidades en el perfil profesional de todo relacionista asegurará una buena comunicación entre la compañía y la comunidad. Así se evitarán acciones desalineadas del propósito empresarial, como una filantropía ineficiente o conflictos de gravedad para la organización y los pobladores. ¿Cómo se relaciona tu compañía con las comunidades de las zonas de impacto? Cuéntanos tu experiencia.
La formación del relacionista comunitario es continua e implica una elección cuidadosa de las capacidades que considere necesarios para cumplir su rol en la organización.
Ph. D. en Administración por la IESE. Máster en Administración de la Información por ITESM. Ha sido directora de la Maestría de Organización y Dirección de Personas, y actualmente es vicerrectora académica en ESAN.