El 24 de julio de este año publiqué en RPP una columna de opinión sobre el éxodo de los jóvenes peruanos que decidían realizar sus estudios universitarios fuera del país, cuyo número aumentó un 20 % después de la pandemia para el caso de las instituciones educativas internacionales de Lima y 15 % en otros colegios de la ciudad. Manifesté que este problema podría condicionar aún más nuestra viabilidad y desarrollo como país en un futuro más cercano del que pensamos. Finalicé el artículo llamando al Estado, los empresarios, las universidades y la sociedad civil en general a repensar esta situación y buscar soluciones.
Este artículo suscitó muchos comentarios y reacciones entre padres de familia que viven esta experiencia con sus hijos, así como también de personas en general que tenían opiniones al respecto. Tras releer lo que escribí, pensé que, aunque había tratado de cubrir la mayoría de las aristas de este tema complejo, no había profundizado sobre la opinión del principal actor de la historia de su vida: el joven que decide emigrar. En ese sentido, aspiro a lograr una aproximación hacia la opinión y el pensamiento de un muchacho que, si bien tiene algunas dudas y miedos, está dispuesto a volar en un sentido real y también metafórico para alcanzar sus sueños fuera del país.
Como padre y profesor universitario, al tratar de indagar en el pensamiento de nuestros hijos y las razones por las cuáles muchos desean tanto viajar al extranjero, me viene a la mente la advertencia del poeta Khalil Gibran. A través de su magistral obra El profeta, comparte algunas reflexiones que trataré de matizar con mis comentarios.
Según Gibran, nuestros hijos e hijas no nos pertenecen a nosotros, sino a lo que la vida desea de sí misma. Nacen a través nuestro, mas no por ello de nosotros y, aun cuando estén a nuestro lado, no nos pertenecen. Nuestros hijos tienen su propia personalidad y, en estos tiempos de pospandemia, están más empoderados que cuando teníamos su edad. La tecnología y la globalización han contribuido a que su mundo sea mucho más grande y cercano, en comparación con el que nos tocó vivir.
Gibran añade que podemos brindarles nuestro amor, pero no nuestros pensamientos, pues ellos piensan por sí mismos. A pesar de que nuestros hijos compartan algunas similitudes con nosotros, ello no significa que pensemos igual ni tengamos la misma visión de la vida y el futuro. Por más que, a veces, nos empeñemos en definir o influir en sus pensamientos y decisiones de manera directa o indirecta, debemos entender que ellos deben tomar por sí mismos sus propias decisiones. Están mejor preparados para decidir lo que creemos, pero, a veces, confiamos poco en su buen juicio.
Otra advertencia de Gibran es que podemos ofrecer techo a los cuerpos de nuestros hijos, pero no refugio a sus almas, pues estas tienen albergue en la mansión del mañana y nosotros no podremos visitarla ni en sueños. Es decir, acogemos a nuestros hijos al nacer, les damos cobijo y cariño, y los vemos crecer, pero nos resulta imposible llegar a sus sueños más profundos y sus anhelos del mañana. Mientras nosotros nos concentramos en el hoy, ellos viven en el futuro y en sus sueños.
Gibran también aconseja alentar a nuestros hijos a que sean ellos mismos, pero no buscar que se parezcan a nosotros, pues la vida no vuelve sobre sus pasos ni se rezaga en los días pasados. A veces queremos concretar nuestros propios sueños a través de ellos. De manera inconsciente, quisiéramos que se parezcan a nosotros, nos cuesta reconocer que son diferentes y que en el mundo de hoy existen muchas más opciones de realizarse que cuando teníamos su edad.
Un último comentario de Gibran es que cada padre o madre es el arco desde el cual sus hijos, como flechas vivientes, son disparados hacia el futuro. El arquero toma como línea de mira el camino del infinito. Él tiende el arco con toda su fuerza y sus flechas escapan con velocidad hasta perderse de vista. Si él ama la flecha que vuela, también ama el arco que no se estremece.
Entre los comentarios al artículo publicado en julio, una persona aludió a la falta de oportunidades laborales y la inseguridad como razones por las cuales los jóvenes deciden emigrar. Un amigo aludía, más bien, a la discriminación y racismo que aún subsisten en nuestra sociedad y que es practicada, incluso, por algunos grupos que se autodefinen como educados. Sin embargo, finalizó su comentario con una referencia a sus dos hijos, que no aceptaban esa realidad, que ya no viven en el país y a quienes extrañaba con locura.
Ese final del comentario me movió unos hilos emocionales y, por un momento, me puse en la cabeza de un padre que ha visto a su hijo partir en busca de un futuro mejor. Un hijo que está forjándose un futuro a fuerza de su esfuerzo, a quien seguramente le costará adaptarse, pero cuya experiencia le ayudará a madurar. Un hijo a quien simplemente extraña con locura.
Al final, quizás sea eso lo que nos toca a los padres: extrañarlos y, por supuesto, apoyarlos como podamos. Sin embargo, debemos ser conscientes de que nuestros hijos están viviendo sus vidas, forjando sus historias y que, quizás, nunca más vuelvan del todo, sino solo de visita. Al final, aludiendo de nuevo al poeta, nuestros hijos no nos pertenecen. Son hijos e hijas de lo que la vida desea de sí misma.
Los padres de familia deben entender que la decisión de sus hijos de seguir sus estudios fuera del país responde a su deseo de buscar un futuro mejor y apoyarlos como puedan a lograr sus objetivos.
PhD en Estudios Internacionales de Graduate School of Asia Pacific Studies de la Universidad de Waseda, Japón. MBA de ESAN. Maestría en Economía y Regulación de los Servicios Públicos de la Universidad de Barcelona. Maestría en Derecho Empresarial y Abogado de la Universidad de Lima. Director de Educación a Distancia de ESAN. Realizó estudios de diagnóstico de cultura organizacional y clima en empresas de diferentes sectores, propulsor de la importancia de la cultura organizacional como factor determinante en la estrategia de las empresas. Actualmente trabaja en la incorporación de elementos culturales como herramienta de desarrollo en contextos globales.
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