Uno de los aspectos positivos y más destacados de las medidas de confinamiento tomadas por el COVID-19 son los impactos ambientales. Hemos visto, compartido y recibido reportajes y fotografías de animales que vuelven a sus hábitats naturales, cielos despejados, mares y ríos limpios, aire menos contaminado. Aunque son mejoras evidentes, existen dos riesgos: su corta duración y la posibilidad de que solo sean espejismos que oculten realidades más severas.
Una de las formas más efectivas de enfrentar al virus consiste en desarrollar patrones de limpieza, fomentar el uso de material de protección e incorporar conductas de autocuidado. De estos tres aspectos, se ha puesto especial énfasis en los dos primeros, debido a la urgencia e inmediatez. Así, se ha impulsado el empleo de jabón, desinfectantes, mascarillas, guantes y mandiles para evitar el contacto directo con los enfermos y reducir el riesgo de contagio.
Para usar la mayoría de estos implementos de seguridad, también se requieren sustancias o materiales tóxicos. De hecho, ya se habla de un resurgir del plástico, considerado un material imprescindible para los equipos de protección individual del personal sanitario. La demanda de estos productos se ha desbordado en el mundo, sus precios aumentan de manera exponencial y su uso intensivo los vuelve cada vez más escasos en el mercado.
Ante este hecho, resuena cada vez más preguntas: ¿qué se está haciendo con los deshechos biomédicos y sanitarios? ¿Cómo deben manejarse? ¿Cómo se gestionará el impacto del uso extensivo de sustancias "de limpieza", pero tóxicas, como la lejía sobre el agua, el suelo y los alimentos? Así como se observan cada vez más delfines y aves marinas en las costas, también se reportan mascarillas flotando en las playas (por ejemplo, en el archipiélago de Soko, situado entre Hong Kong y Lantau).
En Wuhan, además de hospitales, tuvo que construirse una nueva planta de desechos médicos y desplegar 46 instalaciones móviles para su tratamiento. Los hospitales de esta ciudad china generaron seis veces más desechos médicos en el pico del brote que antes de que comenzara la crisis. A ese ritmo, la producción diaria de desechos médicos llegó a alcanzar las 240 toneladas métricas.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ya compartió su preocupación sobre el tema. De hecho, ya existen protocolos relacionados al problema, como el Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación. Sin embargo, ante una crisis plena de urgencias, se aprecia el incumplimiento de este tipo de medidas.
Existen cuatro niveles de este manejo. El primero está a cargo de las instituciones de salud, con protocolos determinados. El segundo corresponde a las empresas, por los que generan los trabajadores. El tercer nivel lo ocupan las instituciones públicas, con los deshechos generados en el uso de los servicios público (transporte, plazas, parques, mercados, etc.). El cuarto nivel abarca a los ciudadanos, con el manejo de los residuos de sus hogares y también de los otros tres tipos de residuos.
En nuestro medio, el panorama actual no es promisorio. El colapso de los centros médicos, en cuanto a instalaciones, personal y uso de equipos de protección personal, dificulta el manejo de residuos e incrementa la fragilidad del sistema sanitario. La informalidad que campea genera el riesgo de que los materiales desechados se reciclen y vendan de manera inescrupulosa en un mercado de alta demanda y con pocos recursos para acceder a los medios más seguros, pero también más caros.
Un sistema público de limpieza y recojo de residuos que antes ya era malo, ahora puede verse desbordado. Pese a contar con el reglamento de la Ley de Gestión Integral de Residuos Sólidos, tal como se encuentra, dificultaría el manejo de residuos. ¿Qué hacer si un hospital se ubica en una zona sin operadoras de residuos sólidos? ¿Podemos llevar estos residuos a los rellenos sanitarios municipales? ¿No sería un manejo altamente peligroso que podría generar una multiplicación exponencial de contagios?
Toda esta problemática debe trabajarse de manera integral desde el Estado, la empresa y la sociedad en su conjunto. Antes del reinicio gradual de sus actividades, es urgente que las empresas se aseguren de incorporar patrones de manejo de sustancias y de deshechos de seguridad que contribuyan a su adecuada administración. Es una cuestión de subsistencia para las empresas, la sociedad y la humanidad en general.
Si antes no era claro, ahora es más que evidente que la sostenibilidad no solo debe tener a la rentabilidad como su premisa, ya que no la alcanzará con sistemas sociales fracturados y un medioambiente devastado (estudios sostienen que la desforestación es un factor clave en la agudización de pandemias). La buena noticia es que aún existe mucho que podemos hacer y la mayoría de acciones solo implican un cambio de patrones de comportamiento en todos. ¿Qué comportamientos debemos cambiar con más urgencia? Déjanos tu opinión.
Ph. D. en Administración por la IESE. Máster en Administración de la Información por ITESM. Ha sido directora de la Maestría de Organización y Dirección de Personas, y actualmente es vicerrectora académica en ESAN.