Pensamos que nuestra capacidad como país para sobreponernos a la adversidad sería suficiente para considerarnos libres e independientes, pero no es así. Las actividades ilícitas que hoy escuchamos a través de los audios, aún nos hacen esclavos de la corrupción.
En medio de la difícil coyuntura que vimos, hemos comprobamos una vez más la carencia de valores éticos en nuestra sociedad. Vimos y escuchamos a un grupo de funcionarios públicos y empresarios manejar sus asuntos en medio de relaciones amicales basadas en favores y sobornos. Estos actos lindan con lo ilícito, aunque ahora un vocal supremo, protagonista de estos hechos, las minimice como simples faltas éticas.
La palabra empeñada y la conducta ética que antes estaban asociadas al honor han perdido vigencia. Llegamos a tal grado de degradación social que un fiscal de la Nación reconoce como pecado venial haber mentido a la opinión pública frente a los medios de comunicación sin siquiera sonrojarse.
En tiempos ya olvidados, las mancillas al honor eran saldadas con duelos a muerte. En tiempos actuales, algunos congresistas insisten en justificar que las mentiras de altos funcionarios de la nación pueden existir, pero que no constituyen delito. Así que, en aras de proteger la institucionalidad, hay que hacerse de la vista gorda.
A puertas del bicentenario, parece que hemos involucionado como sociedad, en vez de crecer. Hace cerca de doscientos años, un grupo de criollos creyó consolidar un país libre de las ataduras coloniales. Hoy volvemos a perder nuestra libertad. Esta vez, las ataduras que nos aprisionan tienen una naturaleza vil y corrupta, capaz de asquearnos como parece gritarnos a la cara Juan Carlos Oblitas, a fin de que reaccionemos.
Pensamos, de manera errónea, que ya habíamos pasado la mayoría de edad como nación, porque a los rigores propios de las décadas iniciales, atizadas con la sombra de las guerras con nuestros vecinos, se sumaron los sufrimientos traumáticos del terrorismo interno. Supimos levantarnos una y otra vez para empezar de nuevo.
Con el caso Odebrecht, comprobamos que las malas prácticas éticas y actividades delictivas no se limitaban a las clases emergentes de provincia, sino que también alcanzan a los grupos limeños.
Ya con una estabilidad política en las últimas décadas, acompañada de una mejora económica, nos sentíamos preparados como sociedad para afrontar el futuro con mayores esperanzas. Hasta una clasificación al Mundial, después de 36 largos años, nos permitió soñar por unos días que estábamos entre los mejores del mundo.
En momentos en que existía una turbulencia económica internacional, nuestro país supo mantenerse en pie, gracias a una coyuntura generosa que benefició el precio de nuestros minerales. Sin embargo, también fue mérito de nuestros emprendedores locales que, medio entre la informalidad y la formalidad, supieron sacar adelante a sus familias y con ese empuje también al Perú.
Aquel personaje que Hernando de Soto describió en El otro sendero como un migrante andino informal que venía a la capital dispuesto a labrarse su propio futuro contra la resistencia de la burocracia local fue convirtiéndose en un héroe nacional. Los vendedores ambulantes iniciales dieron paso a una dinastía de empresarios provincianos emergentes que cambiaron el concepto de "empresa" en el país.
Los Rodriguez, Añaños, Huancaruna y Acuña, entre otros, constituyeron esa raza diferente de la que muchos se sentían orgullosos, pero sobre ellos también se tejieron historias que sembraban dudas sobre su éxito. Con el caso Odebrecht comprobamos que las malas prácticas éticas y actividades delictivas no se limitaban a las clases emergentes de provincia, sino que también alcanzaban a los grupos limeños.
La deshonestidad no hace distinción de razas ni clases sociales. Por ello, es una lástima que estos casos de corrupción, asociados al destape de los audios puestos en conocimiento de la opinión pública y que involucran a algunos de estos empresarios provincianos emergentes, generen dudas sobre los emprendedores que sí supieron salir adelante con su esfuerzo, pero sobre todo con honradez.
Ante esta crisis de valores, el reto es grande e implica no solo cambios coyunturales ni cosméticos, sino una revolución basada en educación que puede demorar una o dos generaciones. Solo si estamos dispuestos a hacer el esfuerzo y sostenerlo en el tiempo, podremos ver sus frutos en el 2050. ¿Qué propondrías tú para mejorar esta situación? Cuéntanos tu opinión.
Con el caso Odebrecht, comprobamos que las malas prácticas éticas y actividades delictivas no se limitaban a las clases emergentes de provincia, sino que también alcanzan a los grupos limeños.
PhD en Estudios Internacionales de Graduate School of Asia Pacific Studies de la Universidad de Waseda, Japón. MBA de ESAN. Maestría en Economía y Regulación de los Servicios Públicos de la Universidad de Barcelona. Maestría en Derecho Empresarial y Abogado de la Universidad de Lima. Director de Educación a Distancia de ESAN. Realizó estudios de diagnóstico de cultura organizacional y clima en empresas de diferentes sectores, propulsor de la importancia de la cultura organizacional como factor determinante en la estrategia de las empresas. Actualmente trabaja en la incorporación de elementos culturales como herramienta de desarrollo en contextos globales.
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