¿Qué tienen en común Mark Zuckerberg, creador de Facebook; Mariana Costa, creadora de Laboratoria; Oscar Rizo Patrón, creador de Phoenix Foods; y usted? Son empresarios de nueva generación y emprendedores que, además de ganar dinero, han logrado impactar en la sociedad, ya sea al darle acceso a la información de millones de personas, integrar a las mujeres al mercado laboral o alimentar a las familiar con comida saludable.
Los millennials son jóvenes que no esperan terminar la universidad para iniciar una empresa hacen y quieren hacer algo diferente. Sus padres hicieron empresas o trabajaron para compañías que solo pensaban en el corto plazo y que obtuvieron altos márgenes de rentabilidad a costa de crear productos de baja calidad, cargando parte de los costos de producción a la sociedad, al medio ambiente o mintiéndole a la gente con productos que no cumplían los rendimientos que ofrecían.
Los jóvenes de la nueva generación no creen solo en la competencia, pues viven en un mundo donde el cambio climático, la escases de recursos y la corrupción empresarial fueron moneda corriente de su socialización. Es por ello que creen en la colaboración, el apoyo mutuo y en el éxito compartido.
El objetivo principal de estos nuevos empresarios es hacer cosas que tengan un sentido social, que contribuya a mejorar las condiciones de vida de las poblaciones. No se contentan solo con ganar dinero; quieren ser agentes de transformación social.
La noción original de la empresa en la primera revolución industrial (Siglo XVIII) era la de ser un actor más en la sociedad. Su objetivo se basaba en producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades de la sociedad y como consecuencia de ella las empresas obtenían utilidades (rentabilidad).
Las empresas con impacto social no se orientan por una economía competitiva sino por una economía del bien común.
Las escuelas de negocio que surgieron en el siglo XIX asumieron que la rentabilidad era el principal objetivo. La empresa es una "máquina" para hacer dinero a través del retorno de sus inversiones. En términos más elegantes maximizar el valor económico que se mide a través de los márgenes de rentabilidad, participación en el mercado y la distribución de utilidades en los inversionistas.
En paralelo surgieron también las organizaciones sociales sin fines de lucro, que a diferencia de las anteriores asumieron el objetivo de satisfacer las necesidades de la sociedad sin el componente de la rentabilidad. Su objetivo era contribuir a resolver problemas sociales y ambientales a través de la cooperación al desarrollo y las contribuciones sin retorno (donaciones). Frente a las deficiencias de los Estados, estas organizaciones se fortalecieron y en muchos lugares lograron mayor prestigio que las empresas.
Luego de medio siglo donde las empresas y las organizaciones sociales florecieron, los resultados de ambos agentes mostraron sus deficiencias. Por un lado, las empresas evidenciaron, en muchos casos, que los márgenes de utilidad ocultaban costos que la sociedad y el medio ambiente los asumían (externalidades negativas). Asimismo, los productos y servicios que brindaban satisfacían solo necesidades de corto plazo y se ampliaron las asimetrías sociales en perjuicio de la sociedad.
Por otro lado, las organizaciones sociales sin fines de lucro no lograron resolver los problemas sociales y ambientales que pretendían. El impacto de sus contribuciones fue pequeño, sus éxitos eran efímeros y la dependencia de fondos externos era muy significativa. Así, los recursos "invertidos" se perdieron y lo que es peor, una parte de la población se acostumbró a vivir de las donaciones.
Frente a este panorama están surgiendo nuevas iniciativas empresariales que tienen un carácter diferente a las dos anteriores: buscan generar valor económico para los inversionistas y a la vez impactar de manera positiva en la sociedad. En otras palabras, volver al modelo original de empresa pero hacer bienes y servicios para la sociedad.
Los empresarios de este nuevo enfoque, además de obtener ganancias, quieren hacer negocios que cumplan tres requisitos:
Es decir, son negocios con propósito, cuyo éxito no solo se mide por la rentabilidad, sino por el impacto generado en la sociedad y en la satisfacción profesional que sienten los emprendedor. No solo tienen buenas intenciones. Les gusta comunicar qué están consiguiendo y cómo lo están consiguiendo. Si están en el sector de alimentos, buscan impactar en la desnutrición, si están en el sector informático buscan impactar en el acceso a la información, si están en el sector financiero buscan integrar a las poblaciones al sistema financiero.
Las empresas con impacto social no se orientan por una economía competitiva sino por una economía del bien común, como afirma Angus Deaton, Nobel de Economía, 2015. De hecho, la gestión de estos negocios requiere de una nueva visión empresarial; exige una reconfiguración de la relación empresa y sociedad, el desarrollo de nuevas metodologías de gestión que se definan por el propósito y no por el proceso, el pilotaje y medición de los impactos y no solo de los resultados, y el desarrollo de nuevas técnicas de gestión: gestión de la confianza, gestión del compromiso y gestión de la creatividad.
Entonces es pertinente preguntarse: ¿Pueden las empresas contribuir a reducir la pobreza? ¿Pueden las empresas contribuir a reducir las desigualdades sociales? ¿Pueden las empresas mejorar la calidad de vida de las poblaciones vulnerables?
Las empresas con impacto social no se orientan por una economía competitiva sino por una economía del bien común.
Ph.D. in Management Sciences, ESADE-Ramon Llull, Barcelona - España. Ha sido Gerente de proyectos de las Naciones Unidas. Oficial para los temas económicos y políticos de la Embajada Suiza. Director Ejecutivo de la Escuela Mayor de Gestión AECI. Profesor ordinario de la Universidad ESAN.
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