En una reciente reunión de directorio noté que uno de los gerentes de Minas Buenaventura no dejaba de mirarme atentamente mientras yo hablaba. Terminada la sesión, no pude dejar de decírselo. "No me has quitado la mirada de encima", le dije. El alto ejecutivo pensó que ello me había incomodado, y se lo aclaré: en lo más mínimo. Todo lo contrario: me satisface que las personas estén concentradas en el tema que se está tratando.
Lamentablemente no siempre ocurre así. En numerosas reuniones de diversa índole, no todos se concentran en el tema que se está tratando. Y es que hay unos aparatos que si bien por un lado nos facilitan la vida, por otro lado su mal uso los convierte en un obstáculo para el desempeño de las personas.
Me refiero a los celulares, ipods y blackberries. Hay quienes prácticamente no pueden vivir sin ellos. Sus timbres o vibraciones -aun en el modo silencioso estorban- les hacen perder la concentración no solo a ellos, sino a todos los participantes. Al estar pendientes de la próxima timbrada, la gente se desenfoca de su trabajo. Es como si estuvieran en otro lugar y no en la reunión, donde debieran estar involucrados en alma corazón y vida para sacar mejor provecho de sus propias cualidades laborales y profesionales.
Las mejores decisiones se toman con personas concentradas en el tema tratado, no con individuos enajenados por el sonido de unos aparatos, que más parecen estar pensando en las musarañas.
Si usted es de los que entra a una reunión con el celular encendido, le sugiero que en adelante lo apague. Será por su propio bien, el de la empresa y el de sus colegas. Estoy seguro que si todos tomamos esa medida, ganaremos un paso en productividad. Y ganaremos en respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás.