Tuve el privilegio de ser designado viceministro de Economía a fines del gobierno militar cuando Javier y un equipo de gente de primer nivel aceptaron el reto de sacar al país de la difícil situación económica en la que se encontraba.
Fueron dos años de intenso trabajo en los que Javier y un equipo, que en su momento la prensa denominó Cosmos (equivalente me imagino al Barcelona de hoy) y que integraron, entre otros, Manuel Moreyra y Alonso Polar en el Banco Central de Reserva, Álvaro Meneses en el Banco de la Nación, Manuel Romero en Cofide, Benedicto Cigüeñas y Fernando Reus en el MEF, lograron refinanciar la deuda externa con el apoyo del Club de Paris. La reinserción en la comunidad financiera internacional preparó el terreno para el retorno a la democracia en lo político.
Al día siguiente de su partida un periodista me pidió una semblanza del aporte de Javier a la gestión pública, definiéndolo como "un hombre con muchos cargos". Cariñosamente lo corregí y le dije que fue "un hombre con muchos encargos" ya que aceptó retos que a otros les parecieron demasiado riesgosos o imposibles de cumplir.
Javier fue, primero que nada, un hombre optimista y además un muy eficiente servidor público, quien al margen de banderías políticas brindó su concurso en múltiples oportunidades y temas. Mal podía sentirse atraído por cargos quien fue Ministro de Estado a los 28 años. Como amigo, ninguno más entretenido que él ya que tenía anécdotas con los principales personajes del país y, por qué no decirlo, del mundo entero.
Ojalá no se pierda ese importante bagaje de experiencias que en los últimos años él mismo fue recopilando y ordenando, ya que pienso que resultan indispensables para entender la historia económica moderna de nuestro país.
También coincidimos con otros amigos y colegas en el SODE, que si bien no se concretó como partido político gravitante resultó un referente y formador de opinión en temas claves para el desarrollo del país.
Durante su gestión como Ministro de Economía me tocó estar cerca de él cuando casi al vuelo diseñó un programa del cual todavía se discute hoy en nuestro país. Con Alemania separada en dos por un muro, nos tocó visitar Berlín por temas de la deuda externa. El embajador peruano que nos acompañaba nos propuso un tour para visitar "el otro lado".
Como parte del recorrido nos llevó a un conjunto habitacional para sectores populares que era algo así como las viviendas multifamiliares del Rímac, solo que cinco veces mayores en dimensión y altura, con edificios feos, sin arquitectura visible, impresionantes por su tamaño. La pregunta inmediata de Javier fue: ¿cómo se financiaron estas construcciones? La respuesta fue a través de un impuesto a los trabajadores. Inmediatamente se le prendió un foco y se le ocurrió el FONAVI.
En pleno viaje de regreso le pidió al BCR que prepare la norma. Moreyra y su equipo no quisieron colaborar pues consideraban que en un país con tanta informalidad en el mercado laboral aumentar el costo de la mano de obra resultaba contraproducente. Recurrió entonces al equipo técnico del MEF y encontró la misma respuesta. No se desanimó. Él mismo, de su puño y letra, preparó el Decreto Supremo y convenció al gabinete para su aprobación. Así era Javier, hombre de rápidas reacciones en temas de políticas públicas.
Años más tarde me tocó reemplazarlo en el MEF al pasar él a la presidencia del Banco Central de Reserva. En el 2004 nos tocó trasladarnos juntos a Washington, él como director ejecutivo del FMI y yo en el mismo cargo en el Banco Mundial. Para mayor coincidencia fuimos a vivir al mismo edificio, con lo cual nuestros tránsitos diarios de ida y vuelta a la oficina en el "democrático" metro fueron parte de nuestra rutina diaria. De más está decir que en nuestro intercambio de ideas y noticias fuimos "resolviendo" muchos de los problemas del país y también algunos de la comunidad financiera internacional.
Además de amigo, vecino y colega de partido, fue mi jefe, y yo lo llamaba cariñosamente "líder, conductor y guía". Él generosamente me decía "Iluminación de la nación". Junto con mi esposa tuvimos el privilegio de acompañarlo con su gran familia el día que celebró sus Bodas de Oro con Laura, compañera de toda la vida. Ahí pudimos confirmar lo robusto y hermoso de ese árbol que ambos contribuyeron a sembrar y hacer crecer.
Javier, pocas personas merecen el título de Hombre de Estado. En tu caso es un simple reconocimiento a una prolongada y fructífera contribución al país. Te recordaremos siempre y daremos gracias a Dios por haberte conocido.
¿Qué comentarios tiene usted acerca de la trayectoria de Javier Silva Ruete?