Los non fungible tokens (NFT) son una construcción digital única que registra, de forma indeleble, la autenticidad y la propiedad intelectual de cualquier pieza de arte digital. Emergieron como una alternativa para que los artistas protegieran su arte digital y que este no fuera falsificado, copiado o imitado, porque se registraría en una cadena de bloques o blockchain, es decir, en un registro único cuyo fin es preservar la información contenida.
Estos productos incluyen memes, piezas gráficas y animadas, tuits y cualquier otra forma de arte digital o criptoarte. En el 2017, las piezas NFT tenían un valor cercano a los US$ 60, pero, en la actualidad, algunas se cotizan en varios millones de dólares. Un ejemplo clásico es el de Mike Winkelmann, alias Beeple, quien vendió su criptoarte por 69.3 millones de euros.
La creación de criptomonedas como ethereum demandan ingentes cantidades de energía para alimentar a las supercomputadoras, cuya función es mantener el sistema operando. Para ilustrar su impacto, se emplea la huella de carbono (HdC), la cual es una estimación de todo el CO2 que se genera desde la fase de creación hasta el consumo de un producto o servicio.
Actualmente, los NFT emiten millones de toneladas de CO2 como resultado de cada transacción de compra y venta mediante el uso de criptomonedas, lo que aumenta el conocido efecto invernadero. Se calcula que algunos NFT pueden contaminar lo equivalente a la electricidad que utiliza una persona en casa durante dos meses.
El problema medioambiental subyace en la progresiva demanda por criptoarte. En consecuencia, tanto los compradores como los vendedores de NFT son corresponsables por el consumo total de la energía de ethereum. Los NFT son el resultado de un mercado ávido de diferenciación y alimentado por la fiebre de la moda. Sin embargo, valdría cuestionarse si constituye una verdadera necesidad en el escenario actual que afronta el sector energético.
Fuente: INFOBAE
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