Luis Mendiola, profesor de los programas de Finanzas de ESAN, analizó en Gestión la evolución estratégica de los programas de lealtad. Destacó que, aunque pueden generar beneficios a corto plazo, su verdadero impacto depende de un diseño adecuado que fomente la fidelización y modifique el comportamiento del consumidor a largo plazo.
Los programas de lealtad han evolucionado de ser simples herramientas de retención a convertirse en estrategias clave para la generación de valor, impactando tanto en la percepción del consumidor como en la estructura financiera de las empresas. Su función ha trascendido los esquemas básicos de acumulación de puntos para dar paso a plataformas avanzadas que integran analítica de datos, personalización y estrategias de fijación de precios, con el objetivo de aumentar la frecuencia de compra y maximizar la rentabilidad del cliente.
No obstante, el éxito de estos programas no está garantizado ni es uniforme. Su impacto depende de diversos factores, como el diseño del programa, la categoría de productos o servicios en la que se implementa, la capacidad de la empresa para extraer y aprovechar datos relevantes, y la percepción que genera tanto en los clientes objetivo como en aquellos que quedan excluidos de sus beneficios.
Un análisis de McKinsey & Company (2024) señala que los programas de lealtad pueden convertirse en motores de crecimiento si se integran estratégicamente con las políticas de fijación de precios. Amazon Prime es un claro ejemplo de este enfoque. Lanzado en 2005 con una propuesta centrada en envíos gratuitos, ha evolucionado hasta convertirse en un ecosistema de beneficios exclusivos que, solo en 2023, generó casi $13 mil millones en ventas durante el Prime Day.
Su éxito radica en su capacidad para reducir la sensibilidad al precio de sus clientes y aumentar su ticket promedio, lo que ha llevado a que el 75 % de los hogares estadounidenses sean miembros de Prime y gasten hasta cuatro veces más que los no afiliados (McKinsey, 2024).
La lógica causal detrás de la creación de valor mediante programas de lealtad se basa en la transformación del comportamiento del consumidor. Como señalan Steinhoff y Palmatier (2014), estos programas no solo afectan a los clientes que reciben recompensas, sino que también generan externalidades psicológicas en los bystanders—aquellos que no participan o no se benefician de los incentivos.
La percepción de gratitud y estatus entre los clientes privilegiados puede fortalecer su lealtad; sin embargo, si el programa no está bien estructurado, puede generar sentimientos de exclusión o injusticia entre quienes quedan fuera, disminuyendo así su efectividad global. Esto plantea un desafío crítico: diseñar programas que maximicen el impacto positivo sin provocar rechazo entre los consumidores menos favorecidos.
La personalización es un factor clave en este proceso. Según McKinsey (2024), el 71 % de los consumidores espera interacciones personalizadas, y el 76 % se siente frustrado cuando esto no ocurre. Las empresas que lideran en personalización han logrado incrementar sus ingresos entre un 10 % y un 15 %, lo que evidencia que adaptar la experiencia del cliente a sus preferencias individuales no solo mejora la percepción de marca, sino que también impacta directamente en la rentabilidad del negocio.
Un ejemplo exitoso es Starbucks Rewards. Su modelo de personalización ajusta promociones y recompensas en función del historial de consumo de cada usuario, lo que aumenta la frecuencia de compra y refuerza hábitos de consumo repetitivos.
La lealtad del cliente no es simplemente una cuestión de frecuencia de compra, sino que representa un activo intangible con implicaciones estratégicas y financieras. Fook y Dastane (2021) encontraron que la efectividad de los programas de lealtad está mediada por la percepción de marca y la satisfacción del consumidor. Un programa que no refuerce estos factores difícilmente logrará una retención sostenible. Este hallazgo subraya la necesidad de desarrollar estrategias que no solo premien la transaccionalidad, sino que fortalezcan la afinidad con la marca y la percepción de exclusividad.
La monetización efectiva de la lealtad también depende de la integración con estrategias de fijación de precios. Según Lin (2020), la introducción de un programa de lealtad puede generar picos iniciales en ingresos, pero su sostenibilidad está determinada por la frecuencia de compra y la penetración en la categoría. Es decir, un programa puede incrementar las ventas en el corto plazo, pero si no logra generar una relación diferenciada con el cliente, el efecto positivo tiende a erosionarse con el tiempo.
El caso de Safeway es ilustrativo en este sentido. Su programa de lealtad, que alguna vez fue considerado innovador, terminó siendo eliminado debido a su falta de impacto en la rentabilidad del negocio. El problema radicó en que los incentivos no lograron diferenciarse lo suficiente para generar un cambio de comportamiento duradero en los consumidores. Como resultado, la mayoría de las compras se habrían realizado de todos modos, con o sin programa de lealtad. Esto demuestra que, si bien la lealtad del cliente es un activo intangible valioso, su monetización requiere un diseño cuidadoso que evite la simple redistribución de ingresos sin generar retención real.
Desde una perspectiva financiera, la valorización de la lealtad del cliente sigue siendo un desafío. Tradicionalmente, la contabilidad ha tenido dificultades para incorporar el valor de la relación con el cliente en los estados financieros de manera precisa. Sin embargo, metodologías como el Customer Lifetime Value (CLV) han permitido cuantificar el impacto económico de la lealtad en términos de flujos de caja descontados y primas de valuación. Empresas que han logrado estructurar programas con una relación clara entre fidelización y crecimiento en ingresos recurrentes han visto reflejado este intangible en la valorización de sus acciones. Amazon, por ejemplo, ha logrado que Prime no solo genere ingresos por suscripciones, sino que también contribuya a la valorización de la empresa al reducir la rotación de clientes y aumentar el ticket promedio.
Según Boston Consulting Group (2024), la experiencia digital y la confianza son factores clave para capturar clientes en sectores como la banca. Las instituciones financieras que no logran satisfacer las necesidades funcionales y emocionales de sus clientes corren el riesgo de perder participación de mercado. En un entorno donde la oferta de servicios es cada vez más homogénea, la lealtad se convierte en un diferenciador estratégico.
A pesar de estos avances, los programas de lealtad enfrentan nuevos desafíos en la era digital. La creciente preocupación por la privacidad de los datos limita la capacidad de personalización que muchas empresas consideran esencial para la efectividad de sus esquemas. Además, el aumento de programas pagos, como los de membresía premium, plantea interrogantes sobre la elasticidad del consumidor y hasta qué punto los clientes están dispuestos a pagar por beneficios de lealtad antes de que perciban la relación como una simple transacción comercial.
Llegados a este punto, es válido preguntarse: ¿Cómo pueden las empresas seguir evolucionando estos programas sin caer en la saturación del consumidor ni en la dilución del valor percibido de las recompensas? ¿Es posible desarrollar modelos de lealtad que combinen personalización, exclusividad y sostenibilidad financiera sin generar efectos adversos en segmentos no beneficiados? ¿Hasta qué punto la inteligencia artificial y la analítica avanzada pueden optimizar la efectividad de estos programas sin comprometer la confianza del consumidor?
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