Puestos en los zapatos de la fiscal Rocío Sánchez, del juez Cerapio Roque y de los valientes policías que los apoyaron: ¿cuántos de nosotros hubiéramos tenido las "agallas" que tuvieron ellos de jugarse la vida a favor de la ley y del Perú? Estoy seguro que muy pocos. Y aunque nada es más grave que la captura de todas nuestras instituciones por parte de narcotraficantes y demás delincuentes, hay otro nivel de corrupción que no queremos ver y que es sistemáticamente silenciado. No, no me refiero a las compañías cómplices de Odebrecht ni a la mafia del "Club de la construcción" ni demás delincuentes de cuello blanco que están pasando desapercibidos en esta situación.
Me refiero a nuestro propio actuar cotidiano en las empresas. Ya me imagino tu reacción de extrañeza o de enojo como diciendo: "yo no cometo actos de corrupción en mi empresa y menos los cometo cada día". Malas noticias: que una conducta corrupta (inadecuada) se masifique (se "normalice", "legitime" o se "banalice", en jerga técnica), no la vuelve ética. Solo la vuelve "normal".
Solo dos pequeños ejemplos de esto: lamentablemente se ha vuelto "normal" para casi todos los conductores del Perú, ya sea que manejen un Tico destartalado o un Mercedes Benz del año, cometer la infracción de girar en las esquinas sin poner la luz direccional. También se ha vuelto "normal" que un conductor, taxista o millonario, se detenga en cualquier lugar, incluso en estrechas calles de doble sentido, creyendo que al poner las luces de peligro ya está autorizado a cometer dicha infracción.
Esas conductas corruptas han hecho de Lima una ciudad intransitable, más cerca del Cuarto Mundo que del Tercero, y que tiene la merecida fama de estar entre las de tráfico más caótico en el mundo. Yendo a los ejecutivos de la empresa privada: se ha vuelto tan cotidiana nuestra transgresión de las normas y de la ética que se ha convertido en la "nueva normalidad", el nuevo estándar; una forma inadecuada de actuar que se ha generalizado tanto que ha terminado por parecer que fuese la correcta y ya no merece ni nuestra reprobación.
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Fuente: Aptitus