Con el descubrimiento del ácido desoxirribonucleico (ADN), el hombre tiene la posibilidad de experimentar e incluso jugar a alterar la conformación genética de los seres vivos para los fines que desee y construir nuevas formas de vida o modificar genéticamente las existentes, mediante la alteración de su ADN.
Actualmente, estas modificaciones se dan en una serie de campos. En la medicina, por ejemplo, se hacen para producir la insulina transgénica, y en la agricultura para realizar cultivos de semillas transgénicas, cuyo uso es lo que se discute hoy en el Perú.
Dejaré a mis colegas biólogos que discutan los efectos de estos transgénicos en nuestro eco-sistema, que por cierto es uno de los más ricos del planeta, y pasaré a discutir aspectos del negocio. La agricultura es una actividad primaria que en los términos de intercambio económico se encuentra al inicio de una cadena que culmina en la compra de un alimento para la mesa del consumidor final.
En general, la agricultura en nuestro país no es muy tecnificada y hace poco consumo de abonos y pesticidas. Como consecuencia de ello, tiene una baja productividad y genera pocos ingresos monetarios a los agricultores. Estos últimos, para mejorar su productividad y la calidad de sus productos, deben realizar una buena selección de semillas y/o intercambiar con semillas cultivadas en otras zonas.
Con las semillas transgénicas, el agricultor probablemente verá elevar la productividad de sus tierras. Al menos eso es lo que promete el uso de semillas genéticamente modificadas, pero surgirá una dependencia en el aprovisionamiento.
Las empresas que modifican las semillas tienen un negocio altamente rentable, en la medida que convenzan a más y más gente para venderles sus productos. Así, el mercado se transformará tendiendo hacia un monopolio en la oferta de semillas.
El gran riesgo es que los agricultores peruanos, con poca o nula capacidad de negociación, terminen dependiendo de las empresas proveedoras de semillas transgénicas y si luego decidieran volver atrás ya habrán alterado su ecosistema y quizás nunca puedan volver a usar sus semillas tradicionales.
Ante este riesgo se está planteando una moratoria; es decir, un período durante el cual no se permita el ingreso al país de las semillas transgénicas. Una de las propuestas, que proviene del Ministerio de Agricultura precisamente, es que dicha moratoria sea por cinco años.
Desde mi punto de vista, dicho período sería pertinente siempre y cuando en forma paralela se ejecute un agresivo plan de desarrollo de la agricultura tradicional para evitar que esta sucumba.
La idea es que productos como el café orgánico, las alcachofas, chirimoyas, mangos, maca, cúrcuma, que tienen un gran potencial exportador, vean crecer su producción y que las tierras donde ahora se producen no cedan terreno a la producción de cultivos transgénicos. Esto sería catastrófico para nuestra agricultura pues correremos el riesgo de perder nuestra biodiversidad.
¿Usted qué opina? ¿Deben ingresar los transgénicos ya o debe haber una moratoria? Y de opinar esto último, ¿por cuánto tiempo?
Ph. D. en Administración por ESADE, Barcelona. MBA por HEC de Montreal y ESAN. Amplia experiencia académica y empresarial en los sectores comercial, financiero y educativo. Realiza investigaciones en el campo de la propiedad intelectual y los ecosistemas de innovación y emprendimiento, así como investigaciones para nuevos productos y negocios. Fundó y dirigió por 15 años su propia empresa de Investigación de mercado antes de decidir vincularse a la investigación académica.
No es un secreto que en Perú hace falta investigación académica y empresarial. El déficit de profesionales con grado doctoral es una de las causas que explica esta problemática. ¿Cómo combatirla? A través de la difusión de la importancia y los beneficios que implica una carrera como doctor.